Redacción:Noelia Pinto Cervero-LaTribunaMadridista
Ya se sabe que el primer cabeza de turco en una debacle como la que sufrió España suele ser el entrenador. Y en este caso no iba a ser una excepción. Juan Antonio Orenga, cuya labor siempre se ha visto bajo sospecha, terminó convirtiéndose en el chivo expiatorio de un público que veía como las ilusiones de ser otra vez campeones del mundo se quedaban en eso, en ilusiones.
Durante el choque buena parte de la grada se preguntaba por qué su empeño de mantener a Marc Gasol en pista en lugar de dar minutos a un Ibaka que parecía más enchufado. El respetable tampoco entendió la razón que llevó al técnico a no mover el banquillo con más celeridad en momentos puntuales, buscando una solución que no llegaba.
Todo ello derivo en un último minuto que si para los aficionados fue terrible, para el seleccionador fue un golpe mortal. Orenga tuvo que escuchar cómo el Palacio se despedía con una ovación de Pau y segundos más tarde se volvía hacia él pidiendo su dimisión. «Orenga vete ya» fueron las últimas palabras de unos aficionados que ya tenían culpable para la hecatombe.