REDACCIÓN: AMAIA LANUZA
Gonzalo Gerardo Higuaín, aterrizó en el Real Madrid en el año 2006, con tan sólo dieciocho años y alejado por primera vez de su amada Argentina. Casi siete años desde su llegada, derrochando fuerza, orgullo, coraje, convicción. Sobreponiéndose a situaciones adversas, luchando contra todo… Y aún hoy hay gente que no lo aprecia. Gonzalo siempre tuvo que dar el doble para recibir la mitad.
No fue un traspaso brillante, ni el mundo se paralizó ante su llegada, ni hubo una presentación estelar. No copó portadas de diarios, ni la gente fue corriendo a comprarse su camiseta.Personalmente, como madridista que soy desde que tengo uso de razón, yo lo vi como otro fichaje más. Pero partido a partido, entre ocasiones fallidas, y caída tras caída, empecé a ver algo en él, algo que, hoy en día, tengo el inmenso placer de saber que ven miles de personas: Gonzalo siempre se levantaba. Nunca prefirió esconderse, ocultarse entre el resto de jugadores y pasar sin pena ni gloria, devolver la pelota en cuanto la recibiera y no complicarse la vida, ser uno más… pero no, él nunca quiso ser uno más. La pedía, se desmarcaba, tiraba a puerta, no importaba las veces que pudiera errar, porque sabía que acabaría entrando.
Aún recuerdo una anécdota en un Real Madrid – Sevilla, en la que Gonzalo falló varias ocasiones, y se empezó a oír un murmullo entre el público, con algunos pitos incluídos. Higuaín miró al suelo, y Raúl corrió a por él, le sujetó con fuerza la cara entre sus manos, y le zarandeó para convencerle de que la próxima entraría. A los pocos minutos, el Pipita marcó, y fue corriendo a celebrarlo con el capitán, que se alegraba haciéndole gestos de “te lo dije”.
En toda una vida de madridista, pocas imágenes más bonitas que esa consigo recordar.
Muchos decidieron no mirar más allá de ver si metía gol o no, estar pendiente del más mínimo fallo para criticarle, no concederle lo que, irónicamente, sí que se le concede a otros. Yo decidí ver lo que había dentro de él, el enseñarnos que en la vida todo es dedicación, constancia, afán de superación, confiar en uno mismo… no importa si eres futbolista, arquitecto, mecánico… simplemente, persona.
Con esas características empezó a abrirse hueco, sin descanso, hasta llegar a ser lo que hoy en día ya que para la gran parte del madridismo, Higuain es un referente, un ejemplo, un auténtico ídolo.
Con todos mis respetos a Cristiano, siempre pensé que el verdadero heredero del 7 de Raúl debió ser él, por lo que encarna, por llevar los valores del madrileño por bandera… pero a él no le importa el dorsal. Como bien dijo un día, tras quedar el número nueve libre, y rumorearse si lo iba a elegir: “No hace falta tener el nueve del Madrid para ser el nueve del Madrid”. Él está contento con su veinte, un número nada “comercial”, y nosotros también lo estamos, de ver cómo ese número, que antes de su llegada con poco lo relacionábamos, se ha convertido en algo tan significativo.
Higuaín, casta y coraje, madridista de verdad, de corazón, y no de cartera. Sólo hace falta ver un vídeo, que fácilmente puede encontrar todo aquel que lo desee, donde, de pequeño, afirmaba que quería jugar en el Real Madrid, sin otra razón que el deseo sincero y decidido de un niño.
Higuaín, uno de los mejores delanteros de Europa. No lo digo yo, ni los importantes equipos que siempre están detrás de él. Lo dicen los números, esos que, temporada tras temporada, demuestran que es el más efectivo del equipo, que su coeficiente en relación a minutos- goles siempre es el mejor.
La vida no cambia para él, a pesar de todo. Cada inicio de temporada le toca aguardar desde el banquillo, empezar de cero, volver a ganarse el puesto y la confianza, como si con todos valiera lo realizado hasta la fecha, menos con él. Pero no le importa, siempre empieza desde abajo, y llega a tocar el cielo de nuevo.
Como un día hizo, con apenas dieciocho años, cuando todo un Bernabéu le pitaba, y consiguió convertir los pitos por tremendos aplausos.
Casta y coraje, Gonzalo Gerardo Higuaín. El chico que siempre tiene que dar el doble, para recibir la mitad.