Redacción: Álvaro Quetglas/ Latribunamadridista.com
Un 15 de mayo de 2002, festividad de San Isidro, el Real Madrid disputaba en Glasgow la final de la Champions League frente al Bayern Leverkusen. Los blancos llegaban a la final tan sólo dos años después de la anterior, en el año 2000 ante el Valencia en París. Frente al Leverkusen, el Real Madrid quería seguir haciendo historia en la Copa de Europa. Y así fue.
Fue un encuentro en el que dos jugadores merengues fueron protagonistas por excelencia: Zidane y Casillas. El francés marcó un golazo de volea memorable, al filo del descanso, que supuso el 2-1 en el marcador. Un gol que es, probablemente, el mejor que se haya marcado en una final de la Champions y que, a posteriori, fue determinante para la conquista de La Novena.
Pero, también, fue decisivo otro hombre. Esta vez en la portería: Iker Casillas. El de Móstoles salió en sustitución de César- que cayó lesionado-, y un joven Casillas sería determinante. Varias intervenciones- prácticamente seguidas- de mérito del guardameta español ayudaron al Real Madrid a alcanzar la gloria. Fue el partido en el que, definitivamente, Iker se consagró en la portería blanca.