RealMadrid: El novio de la Copa de Europa

Redacción: Javier Canarion/CompartirPasión-Latribunamadridista.com.

Seis menos cinco de la tarde del martes 30 de abril de 2013. Un viento leve peina las briznas de hierba húmedas de lluvia en un vacío estadio Santiago Bernabéu.

Seis de la tarde del martes 30 de abril de 2013. Un aficionado y socio del Real Madrid llega a su domicilio tras una jornada de trabajo agotadora, aunque más corta de lo normal. Es noche de partido en elSantiago Bernabéu y ha podido escaparse un poco antes de su trabajo para pasar por casa y prepararse para esa misma noche. Más relajado, se acerca al espejo del cuarto de baño. La imagen refleja su camisa remangada, la corbata con el nudo aflojado, las ojeras perennes bajo los ojos cansados. Inmóvil, estudiando su imagen, reconoce alguno de los rasgos de su difunto padre, y comienza a recordar.

Seis y cuarto de la tarde del martes 30 de abril de 2013. En los aledaños del Santiago Bernabéu se juntan varios cientos de aficionados en las carpas que el Real Madrid ha acondicionado en los momentos previos al partido. Cervezas Mahou y bocadillos de calamares se comparten fraternalmente. Varios desconocidos cruzan sus miradas. La risa nerviosa que acude furtiva a la comisura de sus labios anima a la palmada en la espalda y el comentario heroico. El ambiente de noche grande se puede cortar con un cuchillo romo.

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Seis y media del martes 30 de abril de 2013. El aficionado sigue delante del espejo pero la imagen ha cambiado. El reflejo muestra en sus ojos una chispa de ilusión infantil. Son ojos de un niño de cinco años de la mano de su padre, asombrado y algo asustado del ruido atronador de un Bernabéu enfurecido, colérico, celebrando los cinco goles que eliminaban al Derby County. Observa en el espejo las enormes pupilas de un niño que veía por primera vez el hogar de sus sueños. Son también los ojos de un chaval de quince o veinte años los que le miran desde la superficie pulida, ojos de ardor de juventud que han recibido recuerdos de la mente. Recuerdos de los años 80, de remontadas imposibles, de avalanchas de euforia en los goles, de cánticos regados con cerveza, de los goles de un Buitre con cara de ángel, de los saltos de alegría de un diablo de Fuengirola vestido de blanco.

Siete menos diez del martes 30 de abril de 2013. Las puertas del Santiago Bernabéu se abren. Muchos aficionados quieren estar en su butaca muy pronto. Es una semifinal de la Copa de Europa. Son tardes en las que cada minuto pasado en el estadio es una bendición.

Siete de la tarde del martes 30 de abril de 2013. Una indescriptible energía recorre las venas del cuarentón con el alma insuflada de madridismo. Tras apartarse del espejo y vestirse con la camiseta blanca de los días grandes, la bufanda y la bandera de España, entra en la habitación de su pequeño de diez años, vestido de la misma guisa desde hacía horas. Camino del metro de la mano de su hijo, intenta explicarle los sentimientos que él tenía caminando hacia el Bernabéu de la mano de su padre. Paso a paso le relata las noches del Borussia de Mönchengladbach, del Anderlecht, del Inter de Milán. Juntos cantan a pleno pulmón consignas que él mismo había cantado en los ochenta.

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Ocho menos cuarto de la tarde del martes 30 de abril de 2013. El padre y su hijo entran en un Santiago Bernabéu en el que no cabe un alfiler. En los fondos, las banderas blancas y moradas, rojas y amarillas, ondean al viento acompañando a los jugadores. El padre no lo duda un instante. Olvidando su cansancio de años de trabajo, y con una sonrisa pícara de complicidad, le sugiere ver el partido de pie. Las gradas escalonadas de los ochenta en su mente. Cánticos antiguos y nuevos se suceden en las gradas. A cada rugido del Santiago Bernabéu, convertido en un coliseo blanco, se percibe cómo los jóvenes jugadores del Borussia de Dortmund miran de reojo a los delirantes anfiteatros. El Westfalenstadion es uno de los campos con más animación en la grada, pero esto es diferente. Un hormigueo les recorre la espalda, un sudor que no proviene de la fatiga del suave calentamiento les produce un escalofrío. Con tres goles de ventaja algo comienza a no ir bien.

Nueve menos veinte del martes 30 de abril de 2013. Los emocionados ojos como platos del crío asisten a la ceremonia del balón y el solemne himno de la Copa de Europa que el equipo de su alma ha ganado nueve veces. Aprieta la mano de su padre que sólo es capaz de cantar ¡¡Madrid, Madrid, Madrid!! Una pancarta se despliega en el fondo: Hasta el final, ¡¡vamos Real!! El niño, en el suspiro previo a comenzar al partido, intenta despejar sus últimas dudas: “Papá, en el colegio hoy me han dicho mis compañeros del Atleti y el Barcelona que no vamos a llegar a la final”. “Hijo, a tus compañeros le pasa lo mismo que a esos alemanes que ves de amarillo: nunca entenderán la suerte y el orgullo que es saber que tu equipo es el mejor del mundo. Vamos a estar en la final”.

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Comienza el partido, el Real Madrid sale en tromba. La arenga de los capitanes y los pesos pesados del vestuario que han mamado madridismo desde muy pequeños han surtido efecto. El Real Madrid juega como una máquina, destilando ardor y furia blanca. La primera ocasión, es del Madrid. La primera patada, también. La segunda ocasión, también. La primera tarjeta amarilla, también. El minuto siete sobrecoge a los alemanes cuando otra pancarta de Juan Gómez se despliega en uno de los fondos. Todo el estadio canta como una sóla voz: “Illa illa illa, Juanito Maravilla“.

El Real Madrid ocupa el campo alemán. Los borussen tienen demasiado trabajo achicando balones como para pensar en cruzar el medio del campo. Un Xabi Alonso imperial distribuye balones a uno y otro costado. El primer gol llega temprano. Tres jugadores del Real Madrid, como lobos hambrientos persiguiendo una presa, se lanzan sobre el balón alojado en la portería alemana, para dejarlo a la carrera en el centro del campo.

El Borussia se despereza y mete un gol que helaría la sangre de cualquier afición en un saque de esquina mal defendido. Cualquier otro equipo recularía pensando que aún quedan muchos minutos, que otro gol los eliminaría. Cualquier otro equipo seguiría las directrices de su entrenador, pero una voz adulta acompañada de otra joven atrona en la grada haciendo que todo el campo termine coreando: ¡¡Madrid, Madrid, Madrid!! El equipo redobla sus ataques con furia suicida, deconcertando al Borussia y consiguiendo el segundo tanto del partido.

La segunda parte comienza con un rugido atronador del Santiago Bernabéu. Esta vez no se escucha a la afición contraria. Esta vez ninguna afición foránea dará lecciones de cómo se anima a un equipo. El tercer gol se marca mediada la segunda parte. Sólo faltan unos minutos y el estadio es un clamor. El padre olvida que tiene jefe, olvida sus frustraciones y sus sueños no alcanzados y no para de animar, no deja de apretar la mano de su hijo, que le corresponde cantando con más y más fuerza. En el minuto 87,Sergio Ramos se eleva por encima de un muro amarillo para cabecear picado el 4-1. El estadio enloquece, el padre abraza al hijo que no deja de decir “¡¡Como me lo contabas, papá, como Santillana!!”. Desde la banda, un portugués pide calma. Los jugadores, borrachos de madridismo y gloria, no miran a esa banda. Como posesos, ante la incredulidad y el miedo germano, se lanzan a por el balón de las redes y lo depositan como centellas en el centro del campo.

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El Borussia saca y el Real Madrid muerde como no se recuerda, presiona enloquecido. Un robo de balón se sucede de un contragolpe.Cristiano regatea a dos en la banda y se perfila. Un chut pegado con el alma se dirige a portería. El guardameta consigue despejar a duras penas y va a parar a los pies de un jugador de camisa impulota, blanca, destellante. Quizá Xabi Alonso, quizá Morata, puede que el propioCristiano, consiguen empujar el balón al fondo de la portería. El árbitro señala el final de los 90 minutos y el padre abraza al hijo como si fuera su propio padre. Como si fuera su colega de los quince años. Como si su hijo, a quien tanto ama, acabara de comprobar al fin qué es el Real Madrid. Camino de casa, el padre le dirige una única frase que le marcará el resto de su vida: “Hijo, tu madre y yo nos queremos y siempre ha perdonado mis fallos desde que éramos novios. El Real Madrid es el novio de la Copa de Europa. Recuerda que nunca ella se sentiría mejor que en los brazos de su novio, del mejor equipo del mundo, el Real Madrid”.

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