Redacción:Noelia Pinto Cervero-Latribunamadridista
Luis Enrique es un antimadridista confeso. Pese a militar durante cinco temporadas en el conjunto blanco, de la 1991-92 hasta la 1995-96, fichó por el Barcelona al siguiente verano. En los despachos del Bernabéu estudiaban su continuidad y el asturiano se cambió de bando. Incluso pasó la revisión médica a escondidas. La afición merengue nunca se lo perdonó. En la capital pasó a ser un traidor.
Con la camiseta azulgrana, el ahora entrenador del Celta consiguió cinco goles ante el Madrid, dos de ellos en un Santiago Bernabéu enfurecido. Su diana más recordada fue la del noviembre de 1997 y Lucho presumió ostensiblemente de sus nuevos colores. La tensión que se respiraba en la grada hacia el futbolista jamás le afectó. De hecho, parecía motivarle para mostrar su mejor versión.
El presidente Lorenzo Sanz criticó su actuación y la calificó de provocación. «Si quiere, lloro cuando marco un gol», respondió Luis Enrique. La relación entre ambas partes está rota. «La época en el Madrid no me trae buenos recuerdos», confiesa el técnico del Celta. De hecho, en el Camp Nou no solo brilló como jugador, sino que se convirtió en un ídolo para la afición culé. «Me veo en cromos y televisión y me siento raro de blanco. Creo que el azulgrana me sienta bastante mejor», apuntó.
Centro de los silbidos
Luis Enrique siempre ha sido pitado en el Bernabéu, algo que parece motivarle. Ya lo dijo vestido de corto: «Para un jugador del Barça siempre es gratificante sentirse pitado en este estadio». Como entrenador tampoco se olvidó de su exequipo. De hecho, definió el 2-6 del cuadro de Guardiola al Madrid como «un orgasmo futbolístico». Y de eso no hace tanto.