Redacción:Noelia Pinto Cervero-Latribunamadridista
A James Rodríguez no le gusta perder. Lo que parece una característica obligada en un deportista de alto nivel, se convirtió en su manera de vivir. Los entrenadores de su niñez recuerdan que jugaba cada partido como si fuera el último. Eso nunca cambió. Con una carrera más luchada que mediática, llegó como promesa al Mundial 2014 y cumplió.
James se enamoró del balón al tiempo que aprendía a caminar. Nunca tuvo un juguete diferente. Como gran parte de los jugadores sudamericanos, sus primeras gambetas y túneles tuvieron como escenario las canchas improvisadas del barrio en el que creció. Nació en Cúcuta el 12 de julio de 1991, pero fue Ibagué la ciudad que lo vio surgir como futbolista. Allí llegó su familia en busca de oportunidades.
Lleva el fútbol en la sangre porque su padre fue jugador profesional y formó parte de la selección de Colombia. Sin embargo nunca tuvo una relación cercana con él. Sus recuerdos del fútbol tuvieron otros protagonistas: su madre, Pilar Rubio, y su padrastro, Juan Carlos Restrepo, quienes reconocieron en su pasión la habilidad que se requiere para llegar lejos. El colegio se convirtió en un deber en segundo plano, el foco estaba en que llegara a ser futbolista.
A los seis años entró a la Academia Tolimense, una escuela de fútbol modesta que entrenaba en una cancha con más arena que césped. Su primer héroe en el fútbol fue Oliver Atton, el protagonista de la serie animada japonesa ‘Captain Tsubasa’, conocida en América Latina como ‘Supercampeones’. Más adelante llegaron los ídolos de carne y hueso con los Galácticos de Florentino Pérez en el Real Madrid. Zinedine Zidane era su inspiración. James intentaba repetir en la calle lo que el francés hacía en los estadios de Europa. Siempre jugó en la posición de diez. A los 12 años ganó su primer título siendo figura. Con un gol olímpico, selló la victoria de su club ante Deportivo Cali en la edición de 2004 del Pony Fútbol, uno de los torneos infantiles más importantes de Colombia. Ese día ya había marcado de falta directa. Es zurdo, pero hacía goles con derecha, de cabeza, y asistía a sus compañeros con precisión. Por unanimidad fue elegido como el mejor jugador del campeonato. “Yo quiero ser profesional”, le dijo a un periodista al final del partido. Meses más tarde el sueño se haría realidad.
Profesional. Envigado Fútbol Club es un equipo de la liga profesional que nunca ha sido campeón, pero es reconocido por ser una gran cantera. Sus cazatalentos son expertos en encontrar jugadores habilidosos que más adelante venden a clubes grandes. James fue una de esas joyas que el equipo antioqueño sumó a su programa de formación del que también formaron parte Fredy Guarín y Juan Fernando Quintero, jugadores de la selección de Colombia actual.
James Rodríguez es un futbolista disciplinado, inteligente y tiene una calidad técnica excepcional. Siempre disfrutó enfrentándose a rivales de más experiencia y nunca tuvo miedo a dejarlos en el camino con algún regate, por eso su debut como profesional a los 14 años no fue una sorpresa. Envigado jugaba en la Segunda División y el técnico Hugo Castaño le puso los últimos 25 minutos de un partido frente a Cúcuta Deportivo. Los nervios corrieron por cuenta de Pilar y Juan Carlos quienes, como de costumbre, estaban en la grada viéndole. En el campo, James hizo lo suyo con la tranquilidad de quien está preparado para triunfar…
En 2007 hizo parte de un equipo que disputó un amistoso contra la Selección Sub 17 que se preparaba para el Sudamericano de Ecuador. Para la segunda mitad del partido el técnico Eduardo Lara lo pidió para el equipo nacional y desde ese día se quedó. Fue figura en el torneo continental en el que marcó tres goles. El primero en su historia con la tricolor fue de penal ante Argentina. Colombia clasificó al Mundial de Corea en el que llegó hasta la segunda ronda, tras una fase de grupos complicada en la que uno de los rivales fue la Alemania de Toni Croos, elegido como el mejor jugador del campeonato.
Así empezó la cuenta regresiva de su partida de Envigado, no sin antes conseguir el ascenso del equipo a la Primera División. En enero de 2008 viajó a Argentina para unirse a Banfield. Tenía 16 años y las cosas fueron difíciles en Buenos Aires. Después de tener algo de reconocimiento, tuvo que volver a empezar. Las llamadas a Colombia eran demasiado caras como para que el tiempo en el teléfono compensara la soledad. Fue el único momento de su carrera en el que pensó en desistir, pero el futuro –como bien se sabe- le tenía preparado algo diferente.