Redacción:Noelia Pinto Cervero-Latribunamadridista
Sabremos cumplir”. Las dos últimas palabras del himno de Uruguay no lucen vacías de contenido: permanecen grabadas en el corazón de héroes con piel charrúa como Diego Godín, que siempre cumplen. En Natal, el inmenso central volvió a marcar un gol como el que le valió una Liga al Atlético en el Camp Nou. Y en Brasil, de nuevo, Uruguay se metió en los octavos de un Mundial derrotando a otro rival tanto o más histórico,Italia. Derrotando a su menudez geográfica de tres millones de habitantes. Derrotando, como lo hacen sus dos títulos mundiales, a la lógica.
Por segundo Mundial seguido, tras el espejismo de llegar hasta la final de la última Eurocopa, ltalia se va a casa a las primeras de cambio. Prandelli se ha quedado a mitad de camino en su intento de darle a la Azzurra algo alegría en el juego y Pirlo, el hombre alrededor del cual intentó construir, jugó su último partido internacional. Y eso que Il Metrónomo se movió en un sistema que aunque defensivo conoce muy bien, el de la Juventus. Ante la necesidad, Prandelli optó por el dibujo que ha llevado a los bianconeri al scudetto. Mismo esquema e incluso mismos tres zagueros:Barzagli, Bonucci y Chiellini. Tan importante era el trío del fondo que fue Barzagli el primero que disparó con cierto peligro entre los italianos, a los 24 minutos.
Uruguay jugaba en el espejo, también con tres centrales. Seca de creación, arreaba con raza. Encadenado a tanto central, Suárez acechaba sin concretar. Pero el del Liverpool aparece siempre: pasada la media hora, se deshizo de Bonucci y, escorado, puso a prueba a Buffon en la oportunidad más diáfana del primer tiempo.
En su adiós, Pirlo igualaba las 112 internacionalidades de otro mito Azzurro, Dino Zoff. Se le notan los kilómetros al Metrónomo, pero no le mengua la calidad y con él se encendió Italia, capaz de sacarse de encima cierto dominio uruguayo. Los tifosi andaban más preucupados por descubrir qué versión ofrecería el ciclotímico Balotelli, con la compañía esta vez deImmobile en el ataque y la de su novia, la exuberante Fanny Neguesha, en la grada. El capocannionere del Calcio debía enfocar el a menudo disperso arte de Supermario. Pero la presencia cercana de su señora, quizá, excitó. Y lo más señalado que hizo el delantero del City fue ver una amarilla. Después de una mano tonta que olió a roja, casi en el descanso, Prandelli decidió prescindir de él.
El seleccionador italiano volvió del vestuario con Parolo mientras Tabárez recomponía también el esquema con Maxi Pereira. El choque tardó otros quince minutos en descomponerse: Cebolla chutó con la tibia solo ante Buffon y, poco después, Marchisio dejó sus tacos en la rodilla de Arévalo. Roja directa y Uruguay, media hora en uno más.
Lejos de espolear, y aunque Buffon estiraba su guante de cinco Mundiales a un disparo de Suárez, la superioridad adormeció a los charrúas, desacostumbrados a remar a favor de corriente. Uruguay necesitaba soluciones épicas, extremas, como colocar a Godín en la punta del ataque. Y en una de esas, el central se marcó el remake del gol maravilloso que marcó en Can Barça: córner desde la derecha, salto a los cielos y cabezazo-hombrazo picado, imposible aquel para Pinto y éste para Buffon. Quedaban ocho minutos de orgullo italiano, con Cassano enredando en área uruguaya y Suárez, no era su día, más pendiente de morder (dio otro bocado, a Chiellini) que de marcar goles. Pero Uruguay cumplió. (Casi) siempre lo hace.