Redacción:Noelia Pinto Cervero-Latribunamadridista
Por escasas que puedan parecer a ojos occidentales, lo cierto es que las condiciones de entrenamiento que nos ocupan han mejorado ostensiblemente desde que Diego Costa actúa como soporte financiero. Así se cierra el círculo abierto hace años ya, cuando el ariete de La Roja era alumno de la Escuela de Fútbol Bola de Oro. Ahora es mucho más que eso. Ahora es el espejo en el que se miran 230 garotinhos. Ya saben que no es imposible: que uno de los suyos lo ha conseguido.
De una de las carreteras que sale de Lagarto surge, a dos kilómetros del pueblo, un camino de tierra hacia la derecha. Enseguida topa uno con la Escuela, flanqueada por carteles en los que la figura de Diego resulta prácticamente inevitable. Dentro está la instalación que sirve como oficina y en la que se guardan equipaciones y botas. Las que están limpias y secas, se entiende, porque el resto se tiende al sol. Un poco más allá aún aparecen los campos de juego, básicos si se quiere, casi siempre ocupados. Esto es Brasil. Conviene no olvidarlo.
Pero a todos esos chavales se les pone una condición: que sigan estudiando. El propio Costa incide en ello, consciente de que el número de matrículas se ha disparado desde que su carrera en Europa ha hecho lo propio. Así que la Escuela son en realidad dos escuelas: la de fútbol y la otra. En cuanto a la primera, la figura del punta resulta omnipresente: fotos con sus primeros equipos, fotos con el Atlético, fotos con España… y fotos con Brasil. De los dos amistosos para los que fue convocado por Scolari. Un auténtico santuario, en fin.
Y al frente de todo, Flavio Augusto Machado Santos. El primer entrenador que tuvo Diego Costa después de que hacia allí le derivara Hermógenes Andrade, su profesor de Educación Física. Ambos, en lo futbolístico, sufrieron el temperamento del 19. «Estábamos ganando 8-1 en los cuartos de final de los juegos de estudiantes. Le cambié para que no fuera expulsado y me arrojó la camiseta a los pies. Por eso no le puse en la semifinal. El resto del equipo me pidió que jugara la final, porque era el que definía. Fue titular y a los cinco minutos noqueó a otro niño. Le expulsaron y perdimos», repasaba el primero.
«Usted va a perder»
Flavio vivió episodios similares y reconoce en conversación con MARCA que más de una vez tuvo que castigarlo. Ahora son uña y carne, pero el primer día ya hubo un choque: «No quería volver a entrenarse con los sub 11, que era su categoría.
Quería hacerlo con los mayores». Terminó saliéndose con la suya, aunque más de una vez pasó por el banquillo por indisciplina. En los partidos, insiste el jefe, que entrenamientos no se perdía ni uno.
Una más que marca el carácter del muchacho. «Le dije que se quedaba fuera de un partido para que aprendiera a respetar a los colegas. Me respondió que íbamos a perder. Le contesté que quizás, pero que él no jugaba. Realmente perdí, aunque me pidió disculpas», rememora Flavio sin rencor alguno.
Habla de Costa sin darse cuenta como si ya fuera jugador del Chelsea. Le da pena, de hecho, porque desde la lejanía siente un profundo agradecimiento hacia todo lo que España ha significado para el que fuera su alumno y ahora es su mecenas. Por eso anima a La Roja. Los niños, mientras, insisten en que quieren jugar en España o Inglaterra. Queda lejos aún, pero el objetivo es cruzar el charco.
Los hay más o menos tímidos, pero eso es delante del redactor. Con el fotógrafo se desinhiben y sobre la cancha son todos iguales. El fútbol es una escuela de vida para ellos.