Redacción:Noelia Pinto Cervero-Latribunamadridista
El otro ganador en Europa, al margen de comicios y politiqueos, es Ancelotti. Ya es Carlo III de Europa, el hombre más laureado del viejo continente. Solo Bob Paisley lo alcanzó en el Liverpool. A Carlo le distinguen además dos Champions como jugador y tres como técnico, dos con el Milan y la Décima con el Madrid, e iguala de esta forma a Miguel Muñoz, que también sumó cinco como jugador y desde el banquillo.
Algo tendrá Carlo, durante buena temporada en el ojo del huracán por ser un entrenador blanco, sin libreto y que acabaría manejado por los caprichos de las estrellas. Es el cartel que le colgaron siempre, pero resulta que gana, y eso es lo que cuenta en el Real Madrid, y lo que llevó a apostar en otro momento por otro entrenador ganador.
Pero en el caso de Ancelotti los títulos deben caerle siempre por gracia divina. Por eso en muchas crónicas ni aparece su nombre, no vaya a ser que como hay que poner negrita se vea demasiado. Al final, es el triunfo de un iluminado que le ha tocado un doblete, algo que no ocurría desde 1958 en la Casa Blanca
El Madrid dejó en manos de Carletto un equipo que había acabado dividido, quizá agotado del ruido que generaba otro entrenador ganador. Florentino apostó entonces por Ancelotti para recuperar la calma institucional. El pacificador, como se le conoció dentro del club nada más estampar su firma, quiso romper desde un primer momento con lo anterior. «No me interesa lo que pasó, sino lo que puede pasar», les decía.
Ancelotti se ha mantenido firme y tranquilo, vive feliz en Madrid, ajeno a las polémicas sobre su gestión, y hasta no le importa darle una alegría a sus detractores: «Soy un hombre afortunado, pero no por esta final», comentaba en Lisboa.
Carlo ha tratado de llevarse bien con todos, con el club, con la prensa y con sus jugadores. Es su forma de ver este negocio. Así ganó la Copa y sacó al Madrid de los infiernos de Múnich con un 0-4 para plantarse en la final, pero con el batacazo de la Liga regresaron de nuevo las sospechas.
Entonces su pecado fue dejarse ir en la Liga y consentir a sus jugadores bajar los brazos o que estos se quitaran de enmedio en la Liga antes de tiempo. No debería ser suficiente como para crucificarle. La Décima merece una tregua.